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No fuiste capaz


Y es que hay un mal que es peor que el mal, porque lo sobrepasa y se mete dentro de una profundidad sin ley. Algo semejante al color negro absoluto, que no puede ser atravesado por ningún tipo de rayo. El mal absoluto disfrazado de bien, que sigue reinando entre nosotros cuando ya creemos que el mal a secas ha sido controlado. ¿Sería posible algún día acabar con él?

(Julián. Cuando llega la luz)


Lo que no sirve para vivir, nos sirve para contar. Nora, Las lágrimas de Claire Jones.



Pero no fuiste capaz. En el cruel ámbito de la compulsión, en el infiel recreo de la soledad más nívea, no me dejaste. No fuiste capaz. Camuflada entre ricas alabardas de estío y en continuo desequilibrio entre las fermentadas oquedades de tus límites y los profusos ungüentos de tu eterna caída altazoriana. 

No fuiste capaz.

Una espiral absurda de cobardía salpicó tus muslos de miedo a querer, a entregarte, a dejarte bañar por esa luz blanca que tiene el insoportable defecto de ser blanca. Un racimo de engañosas barreras, de concupiscentes líneas etéreas aderezadas por un puñado de estrellas y (por qué no) por sonoros besos de eterna huida. 

No fuiste capaz.

Escogiste el camino de los cobardes, de los temblorosos pusilánimes que sueñan con permitirse un rancio miedo que les haga sudar, anhelar y expiar senderos cautos tras malezas de amianto y neblinas de azoteas. Un caleidoscopio en tu rostro, ajado, invertido por miles de cerrazones sobre tu rebosante sonrisa, untados a fuego lento con la tinta corpórea de tatuajes soñados bajo las sábanas. 

No fuiste capaz.

Tu mano era atragantarte con mi carne, tu as era desdoblar la manga y marcarte un farol tras muslos de chocolate y piruletas roncas y desabotonadas. Una triste escalera de color en la superficie de tus melodías, en el vapor aguado de esas desafortunadas lides de las que presumes. Añoranza de tiempos pretéritos y una amalgama de acero pajizo masticado con el orgullo de un gigante amanerado y blasfemo.

No me dejaste.

Escogiste la parte fácil, la retaguardia abierta e incitadora. Escondes la estéril parte de tu cuello en la tierra más infiel, anodina y traicionera. Sobre volutas de vaho trazas interminables poleas de merengue y desidia, de averno y pus, de sacrificados ungüentos y cuentos inacabados.

Es sin duda tu atractivo, la calma lisonjera de sonetos y volúmenes en estanterías regias de columnas infames. Es tu gran atractivo, tu poder, tu encanto. Es el anzuelo al que me sometiste entre tórridas noches y crujientes galletas. Es la fuerza de la invertida hélice que siempre llevaré por ti. Hacia ti. Sobre ti. 

Anhelando, deseando y supurando vísceras de anonimato. Entre cajas polvoreadas de ilusión y motitas de mantequilla encima del encaje de tus comisuras. 

Cosamos, remendemos la paz que trae el amargo sabor de ese pulso abandonado sobre arterias de cuero en asientos de madrugada. Resolvamos la fiera incógnita de no saber cuántos mercenarios quedan vivos aún en el coliseo de tu cuarto, y a cuántos gladiadores timaste entre sorbo y bocado. 

No fuiste capaz.

Pausaste la adrenalina de los áureos encantos y escondiste toda la dopamina de la fuiste capaz. Traficarás entre fardos de viscosos fluidos y alijos de trémula carne. Pero sé que aún me tienes reservados besos. Los mismos que yo tengo apartados para ti. Sé que aún dispones de enjambres de caricias para mí, bajo el propóleo de tu piel y la cecina de tus caderas. Yo aún reservo nuestro viejo cuchillo de untar y soñar. 

Pero esta vez sin cuero ni café por la mañana. 

Un par de raciones y ya veremos si una comilona más tarde. 

Sigamos oteando el horizonte, miremos el pórtico desde la distancia y frunzamos el ceño ante el no saber. 

Pero los dos sabemos. Lo sabemos. 

Seremos "capaz". 







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