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Rizos encontrados

 

(Inusual tatami)

 (Noveno día del noveno mes de 2021)

(Jueves)

(10:30 aprox.)


Apareció en mi horizonte exactamente a las dos en punto. El joven sol de la mañana la escoltaba y ella caminaba de forma elegante con un rosáceo vestido y un fresco calzado veraniego. La acompañaba su acostumbrado aire despistado, sin prisa pero sin pausa, y una mascarilla a juego. Entonces elevó el rostro y miró hacia la voz que pronunciaba su nombre. 

(Mi voz)

Y miró a unos ojos con los que hace muchos atardeceres que no se enfrentaba. 

(Mis ojos)

Y comenzó el combate. 

¡Hajime! 

Lo reconoció y brotó su habitual gesto de amabilidad y simpatía. Vacuos y triviales saludos iniciales disfrazaban un sinuoso estudio del adversario. Cordiales sonrisas entre los primeros forcejeos y una intensa lucha por el agarre. 

(La miraba y una sensación de cotidianidad me embargó por completo. Su cremosa mirada no había cambiado un ápice y aún conservaba un lugar privilegiado en mis pupilas).

¡Koka rosa!. 

Comenzaron a intercambiar rápidas informaciones sobre sus respectivas vidas. Informaciones que a ninguno de los dos le interesaba en absoluto. Con premura y sabiendo que el cronómetro avanzaba y había que puntuar, él gesticulaba buscando la posición idónea, tomaba ventaja, y ella lo seguía con la sonrisa puesta y el encanto encendido. 

¡Yuko azul!. 

La calle, el bullicio que los rodeaba, los viandantes que transitaban de un lado a otro, se habían transformado en un sordo y lejano rumor. 

(Muy sordo y muy lejano. Sus hermosos rizos se contoneaban al ritmo de sus gestos, y le conferían una sinigual belleza. Vivos, relucientes, brillantes, envidiables. Irrechazables).

¡Waza ari rosa!. 

Entretanto, ilusas propuestas de otro futuro encuentro salpicaban los enunciados e iban anticipando la fugaz despedida. No tenían los  teléfonos del otro, ni sus redes sociales, ni sabían dónde vivían. Y atenuar veinte años en cinco apresurados minutos de una improvisada acera, no era fácil empresa. 

(Y una vez más, me despedí de ella. De sus graciosas pecas, de su apetecible cuello, de su jovial sonrisa y de aquel encabalgado pelo. Una vez más. Hasta dentro de otros veinte años...).

¡Osaekomi!

Se despidieron. Ella iba de la mano de la inercia de aquellos días, pero le empezaron a quedar genial las ganas de volver a verlo. Él sólo creía en causalidades, y con paso animoso hacia la obligación, se diluyó entre calles y tenderetes, mientras que en su singular cabeza unas tenues letras comenzaban a urdir un osado y alocado plan. 

La acera volvió a cobrar la vida que la apelmazaba.

Los viandantes quedaron inmóviles en el cuadro de siempre. 

Pero los rizos, aquellos rizos encontrados, sin que ella lo supiese, miraron hacia atrás y lo contemplaron mientras se alejaba. Lo contemplaron con un sabor a intuición en los labios y un susurro a destino en los oídos.

¡Ippon!

¡Mate!

Escucharon... 




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