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Un crujido y una tormenta

 

(Esta entrada es algo que por primera vez vais a leer en nuestro blog. Nunca lo hice. Veremos el resultado. Es una singular colaboración entre este que siempre os sirve y la inigualable Brave, magnífica escritora de tiernas y amazónicas letras que un eucalipto me regaló en las lindes de un llano...) (Disfruten...)


“…Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro de que la tormenta haya terminado realmente. Pero una cosa sí es segura: cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. 
De eso trata esta tormenta”. 
(Haruki Murakami, Tokio Blues)



“Hay luna llena esta noche. Y ya se sabe que incita a la gente a cometer locuras”. 
(John Verdon, Arderás en la tormenta)



"And love will not break your heart, but dismiss your fears"

(Mumford and sons. After the storm)



De repente, una rama crujió tras su espalda. Una suave respiración y una cálida energía acariciaron su cuello. No le hizo falta girarse para saber que su vida estaba a punto de cambiar...

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Sentía el agua descender por su cuerpo, y sus ropas, cada vez más empapadas, comenzaban a robarle el poco calor que su piel aún lograba retener. Allí, en un pequeño recoveco fuera de cualquier camino, en silencio, con los pies clavados en la tierra, había visto cómo el huidizo sol había ido desapareciendo sobre las pequeñas lomas, y tras unos tenues y quebradizos últimos rayos de luz, unas sombras de ajustado cuero y sinuosos labios se habían apoderado del paisaje y habían seducido a esas tórridas y negruzcas nubes que ahora mismo estaban en posesión del cielo. 

Dirigía su cansada mirada hacia el oscuro horizonte: desesperado, desafiante. Sus pupilas buscaban una ausente y bella Selene, y chocaban con esa regia y poderosa tormenta que todo lo envolvía. Ya no había campos ni montículos, ni fresco olor a flores ni animal alguno. Los estrechos y angostos senderos que había seguido eran ahora aterradores y lóbregos lodazales. El furibundo viento retorcía pusilánimes árboles y débiles matorrales, y una torrencial lluvia arreciaba con violencia contra troncos y carcomidas almas que vagaban con demasiada sal en las entrañas. 

(Un feroz trueno sigue a un sobrecogedor rayo que inunda todo de luz y desenmascara por un instante las diabólicas sombras ocultas. Difuminada por la densa cascada de agua, aparece de la nada. De mundos pasados o galaxias futuras. Quién sabe. Una tenue silueta. Capucha y capa, singular rostro).

El viento se tornó huracanado y amenazaba con invertir los atávicos órdenes ancestrales. A lo lejos, casi imperceptibles, diseminadas sobre las vastas tierras, pequeñas y humildes casas aceptaban ser envueltas en la cruel tormenta. Resisten, engañan, se zafan. Pequeñas ventanitas de luz con sabor hogareño, con olor a cálidas mantas delante de la chimenea y tiernos abrazos en la complicidad del silencio. 

(Un impactante trueno, un chirriante silbido del viento que hiela aurículas y somete inercias. Otro latigazo del cielo en forma de serpenteante relámpago. Me mira fijamente. Se ha acercado. Su oscura mirada traspasa la acuosa legión de Pluvio y sus pies avanzan con más atrevimiento que prudencia). 

Había perdido la noción del tiempo, del espacio, del número de latidos que se habían ido diluyendo en sus oídos y habían encontrado refugio en su pecho, parapetados tras la recia sordina de la calma y el alivio. El horizonte pintado de negro, salpicado de millones de lacerantes gotas que invitaban a la noche a un aciago baile con el despropósito. Frío. Helados jirones en las entrañas y ateridos sentidos en cada pestañeo. 

(El cielo se ilumina de nuevo y la tierra hace sacudir tumbas y raíces. Está mucho más cerca. Un ensortijado mechón de pelo escapa de la ajada capucha. Continúa mirándome. Bajo la capa, mágicos ropajes de travesía y unas altas y experimentadas botas protegen sus piernas). 

Una viscosa lengua de hielo comenzaba a roer su cuerpo mojado. Escocía el ácido de las comisuras y las espinas alojadas en cada ventrículo. El paisaje era una lúgubre pero encantadora boca de anhelo que lo arrastraba a la entrega y al descanso.

(Mi impávido rostro queda otra vez iluminado por vertiginosas marañas de luz. Ella ya no está frente a mí. No la veo. Sólo hay abismo y el incesante repiqueteo de la lluvia sobre la tierra. No la veo pero no se ha marchado).

De repente, una rama crujió tras su espalda...






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[...]

La última vez que pasó había sido hace mil años, aunque quizás fuese menos, porque hacía mucho que dejó de medir el tiempo. Muchos amaneceres y atardeceres se habían marchado sin que ella los hubiese saludado siquiera. Sólo había noche en sus días últimamente, tanta que casi había olvidado cómo era la luz.

Era capaz de permanecer dormitando estaciones enteras, se recostaba sobre el vapor de agua hasta que la tristeza condensaba a su alrededor una inmensa y negra nube. Podía permanecer allí horas, días, meses, años... con las vitales casi en plano.  

Hacerla despertar no era fácil, tenía que cruzarse con  un voltaje concreto e inusual, la atmósfera está llena de energía, pero raramente se condensa de esa manera.

(De repente estaba allí, sólo duró un segundo pero la chispa iluminó el semblante que estaba frente a mí y pude verlo. Estaba empapado, pero sin embargo su calor llevó su aroma hacia mí. Era cálido y suave, me calentó los pulmones de tal manera que solté un suspiro y a la misma vez, desapareció).

Volvía a estar sola en su nube, aquella que la había abrazado durante innumerables horas. La sintió de repente gélida y aterradora, se enfureció tanto que cuando volvió en sí se apenó por poner en peligro la vida de aquellas diminutas criaturas con  las que se entretenía imaginando sus historias. 

Aquel electroshock la había dejado temblando de arriba abajo como una hoja, ¿Quién era aquella criatura? ¿Cómo había llegado hasta allí? y ¿no se suponía que era ella la que lo hacía temblar todo?. Una gran tristeza la invadió y  las lágrimas rodaron por su mejillas de una forma torrencial y nada podía hacer por detenerlas, trataba de enjugárselas, no la dejaban ver. ¿Y si aparecía otra vez y no podía verlo?. Usó todo el aplomo que le quedaba para calmarse, vestirse, ponerse la capa y calzarse las botas. ¿Dónde lo iría a buscar? ¡Quizás tardaría otro siglo en volver aparecer! ¡Quizás no volvería nunca!

(Otra vez estaba ahí, la energía se había concentrado aun más y en esta ocasión pude verle durante un instante más largo, vi sus anhelantes ojos buscando la Luna que yo le había escondido, no quería que se distrajera con su brillo, quería que me mirara a mí y sí que me vio, y sí que lo vi).

Otra vez oscuridad, pero esta vez ya no había frío en su interior, su latido se había orquestado con el suyo y lo sentía cerca aunque no podía verlo. Comenzó a andar, conocía bien todo el paraje pero se sentía perdida. De repente una rama se quebró bajo uno de sus pasos y sintió otra vez ese aroma…cerca, muy cerca…




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