Ir al contenido principal

Cerca, muy cerca...

     Otra vez oscuridad, pero esta vez ya no había frío en su interior, su latido se había orquestado con el suyo y lo sentía cerca aunque no podía verlo. Comenzó a andar, conocía bien todo el paraje pero se sentía perdida. De repente una rama se quebró bajo uno de sus pasos y sintió otra vez ese aroma…Cerca, muy cerca…

-----------------------------------------------------------------------------------------


Él no se atrevía a girarse. Percibía tras de sí una sutil y desconocida presencia. El cielo se iluminó una vez más y pudo ver cómo una embozada sombra se proyectaba justo a su lado. La feroz tormenta se había recrudecido y espesas mantas de agua caían sin piedad y sin pudor alguno sobre su cuerpo.

(Entonces sentí su mano posarse sobre mi hombro). 

Cerró los ojos e inspiró profundamente. El tiempo se detuvo. Podía notar cada minúscula gota recorriendo su cuerpo bajo un fuerte viento que azotaba su rostro. Pero por encima de todo eso, su calor.

(Percibí el calor de su mano traspasar mis caladas prendas).

Y entonces él se volvió. 

(Me volví).

Frente a frente. Se miraban fijamente y ninguno rehuía el envite. Sus caramelosos ojos silenciaban a los de él. A escasos centímetros, cerca, muy cerca, respiración contra respiración, anhelos contra deseos. 

(Ella se acercó hasta casi rozarme. La guardia estaba baja y las fortalezas huidas. Lentamente, muy lentamente, me abrazó, mientras su lindo rostro encontraba cobijo en mi pecho). 

Había llegado allí por inciertos caminos y angostos senderos de falsedad y desengaño. Seguía con cierta indolencia el rumbo que sus pasos decidían, sin importarle dirección ni terreno. Avenidas de lacerantes rostros, frondosos bosques de impávidas almas sin más consuelo que la pose y la errática inercia. Había atravesado legendarios desiertos al abrigo de su libertad y sus sentidos, y en un bello oasis, muchas lunas atrás, había enterrado su noble corazón, envuelto en sedoso papel de cariño y esperanza, sin mapa alguno para hallarlo ni secretos mecanismos para dar con él si alguien se aventuraba a hacerlo. Su hueco de hojalata recordaba a ese famoso personaje y, en momentos de absoluto silencio, un enternecedor eco se escuchaba donde antes hubo aurículas y ventrículos, donde ahora una aséptica alma moraba sin más sobresalto que vivir cada día. 

(La ambiciosa tormenta continuaba e intentaba deshacer un abrazo que empezaba a oler a eterno. Elevó su cabeza y me miró. Una fugaz y traviesa sonrisa se intuyó en sus comisuras, mientras yo comenzaba a querer memorizarla).

Su firme mano guio la de él hasta una disimulada y diminuta gruta entre unas rocas. Con sus espaldas apoyadas en aquellas ancestrales paredes, fuera del alcance de la lluvia, se sentaron. Una improvisada hoguera devolvió un poco de calor a sus ateridos cuerpos. 

(Me sonrió de nuevo. Yo olvidé entonces qué hacía allí. La acerqué más a mí y lo abrí. Juntos leeríamos (o escribiríamos) aquellas páginas).

Sin mediar palabra, de un manido bolsillo él había sacado un pequeñito libro. 

(Lo puse en sus manos y lo abrí por su primera hoja. Nos miramos. Cerca, muy cerca...).

Ella entonces leyó entre susurros un título escrito en finos y elegantes trazos:

"La maga y el hechicero"... 




Comentarios